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sábado, 6 de septiembre de 2014

John Steinbeck

B
Bondad 
      “Es difícil ser bueno y fuerte a la vez. Y, por lo común, cuanto más fuerte se es menos razón se tiene”.
                                                                                Enrique Tierno Galván
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Revisión de la América profunda, 
                             75 años después

           John Steinbeck pensaba, sin duda, en los numerosos granjeros desahuciados que conoció durante los tiempos de la Gran Depresión, y en Tom Collins, el hombre que levantó el primer campamento de acogida para aquellas familias que llegaban cargados de cacerolas, niños, colchones y maletas de cartón, rumbo a California en busca de un jornal en las grandes explotaciones del Sur, cuando en 1962, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, escribió:

        “El escritor está obligado a celebrar la probada capacidad del ser humano para la grandeza de espíritu y la grandeza del corazón, para la dignidad en la derrota, para el coraje, para la compasión y para el amor”.  

          El panorama literario norteamericano del primer tercio del siglo XX, el auge espectacular que alcanza y las influencias posteriores a lo largo del resto de las décadas siguientes puede concretarse en tres corrientes que sentaron las bases de la ficción, la escena y la música: la primera, la novela de denuncia social y el teatro de agitación y propaganda; la segunda, el nacimiento y madurez de la denominada “novela negra”, y la tercera, la comedia musical de evasión. La primera representada por escritores como John Dos Passos y su famosa, Manhattan Transfer (1925) o Upton Sinclair, y su ¡Petróleo! (1927), o el teatro de Maxwell Anderson, ¿A qué precio la gloria? (1924). Dashiell Hammett publicaba Cosecha roja y La maldición de los Dain (1929), mientras George Gershwin ponía en escena algunas de sus más logradas comedias musicales entre 1930 y 1935, como Girl Craz, cuando ya había estrenado, Un americano en París.

          John Steinbeck y su literatura formarían parte de la primera de las corrientes, junto a Dos Passos y Farrell porque ninguno de ellos miraría hacia otro lado cuando la desgracia humana se convierte en actualidad, al tiempo que reflexionan sobre esos males que aquejan a la sociedad norteamericana de su época, no se asustan, escriben con coraje, denuncian los hechos y demuestran tener una actitud honrada y valerosa. La temática que Steinbeck esgrimiría en su producción literaria a lo largo de buen aparte del siglo XX quedaría resumida en torno a dos polos de atracción fundamentales, presentes en casi toda su obra: su preocupación moral o ética, en defensa de los más desprotegidos, y su denuncia social que, sin embargo, irá perdiendo fuerza y valor a medida que los años transcurren, y sobre todo la relación que establece entre sus criaturas, los hombres y la tierra que en una novela significativa como Las uvas de la ira cobra especial importancia. Ese sentimiento del hombre enraizado con la tierra y el estrecho contacto con ella, al margen de los problemas circunstanciales que puedan derivarse, implican también en el escritor una preocupación sociológica que se extenderá a todas sus novelas y en ese perfil psicológico sus personajes adquieren valor como luchadores o derrotados, que buscan mejores condiciones de vida, o soluciones para sus problemas y que denuncian los abusos de poder, la crueldad del dinero o el desamparo de los débiles.

Los vagabundos de la cosecha
Unos cuatrocientos mil granjeros del Medio Oeste, a los que se les llama despectivamente okies emigraron a California entre 1935 y 1938, convencidos de que aquella era la Tierra de Leche y Miel. John Steinbeck escribió durante el verano de 1936, por encargo del diario The San Francisco News, siete reportajes sobre la emigración a California de los granjeros del Medio Oeste arruinados por una auténtica sequía bíblica. Un texto que, inexplicablemente, nunca había sido publicado en España y que Libros del Asteroide rescataba bajo el título, Los vagabundos de la cosecha, en una cuidada edición y con un espléndido y documentado prólogo de Eduardo Jordá, en 2007, el texto va por la 4ª edición, 2011. Si Las uvas de la ira (escrita ordinariamente en 1939) es la obra del Nobel norteamericano que mejor encarna su preocupación social, los reportajes de Los vagabundos de la cosecha se consideraran su versión en miniatura. Estos reportajes, escritos con un estilo desnudo y claro, permiten mirar Las uvas de la ira como algo más que una novela, o un relato de ficción. Ponen en evidencia que Steinbeck se inspiró directamente, no solo de su propia experiencia (fue recolector, entre otros oficios, de fruta en su juventud), sino de los personajes y los casos reales que conoció para escribir estos textos, que leídos resultan eminentemente periodísticos sin perder por ello el aliento de la buena literatura.

        La importancia de Los vagabundos de la cosecha, según Jordá, va mucho más allá del mero interés documental. Porque Steinbeck, gracias a estos reportajes, conoció a Tom Collins, uno de los pocos hombres que se preocupaban en California de mejorar las condiciones de vida de los emigrantes arruinados. De Collins, añade Jordá, apenas se sabe nada y aparece como un personaje borroso en la novela Las uvas de la ira, pero sin duda sería él quien contagió a Steinbeck su admiración por la dignidad y el coraje que debieron superar los emigrantes desesperados que tres años más tarde le inspirarían la novela. Sí sabemos que Collins abogaba por una sociedad justa, en la que la Seguridad Social alcanzara a una gran mayoría, que hubiera prefijado un subsidio de paro y, sobre todo, una legislación que amparara los derechos de los trabajadores; calificado de iluso, sus detractores lo tacharon de comunista, aunque para Steinbeck se convirtió en la esperanza de miles de granjeros con sus campamentos de acogida.


         Las fotografías de Dorothea Lange ilustran gráficamente todas y cada una de las aseveraciones del escritor, y subrayan el horror vivido en ocasiones por estos vagabundos y nómadas que transitaron por la polvorientas carreras de una América deprimida. Nacida en New Jersey, estudio en algunos estudios de fotografía en San Francisco, y entre 1935 y 1943 trabajó para algunas agencias estatales levantando acta de cuanto observara en los abundantes campos de emigrantes de California.

Las uvas de la ira


John Steinbeck tenía veintisiete años cuando se produjo el derrumbamiento de la Bolsa de Wall Street y vivió los efectos de la Gran Depresión le sirvieron de inspiración para lo que sería gran parte de su extraordinaria gran obra. El Tom Joad protagonista de Las uvas de la ira pudo ser cualquiera, o una mezcla de varios caracteres que el propio Steinbeck fue perfilando entre aquellos miles de inmigrantes de Oklahoma Kansas o Tejas, conocidos como okies, que perdieron sus granjas por la presión combinada de la Gran Depresión, las catastróficas tormentas de polvo que destruyeron las tierras de cultivo y la voracidad de los bancos. Steinbeck los conoció mientras se documentaba para los reportajes de The San Francisco News con la ayuda de Tom Collins, director de un campamento de acogida que le inspiraría el personaje de Jim Rawley de su novela en el que se trataba a estos “vagabundos de la cosecha” como a seres humanos. Más allá de sus límites, los okies eran considerados como sucias e ignorantes bestias de carga de las que no se podía prescindir pero a las que se despreciaba y maltrataba impunemente. California, el paraíso de fruta y miel, la tierra prometida para aquellos desheredados había sido ya el destino de miles de inmigrantes chinos, filipinos y mexicanos a los que se explotó sin piedad y a los se terminó expulsando cuando empezaron a dar muestras de rebelarse o, si no tanto, de querer organizarse para defender sus derechos, y los okies, que también tuvieron que soportar salarios de miseria, condiciones infrahumanas de vida, odio y marginación. Eso fue lo que Steinbeck puso por escrito, en reportaje y novela.


Tom Joad es un joven que, tras haber cumplido condena en prisión, se entera de que su familia ha abandonado su casa y que vive en el domicilio de un familiar sin saber qué hacer. Viendo a su familia al borde de la desesperación, Tom decide llevarlos a California para conseguir un trabajo del que había oído hablar. Se arman de valor y se disponen a cruzar la mitad del país para encontrar la llamada “tierra prometida”. Los Joad tropiezan con infinidad de dificultades, desde la muerte de algunos miembros, a la lucha por alimentarse  o las averías que sufre el camión. Al llegar a California, Tom y su familia tienen que soportar los continuos rechazos por parte de los empresarios y la segregación por ser inmigrantes, por lo que decide empezar sus propios negocios. Pero se da cuenta de que se está metiendo en problemas al no conocer las leyes del Estado.


Steinbeck utiliza para su relato una estructura utópica, ese empuje interior que mueve a los personajes en su búsqueda de la felicidad, de una posibilidad mínima de mejorar de vida pese a los grandes obstáculos que irán encontrándose en su largo peregrinaje y, sin duda, estos personajes no se plantean sus acciones desde un punto de vista ideológico o teórico sino mucho más práctico: la necesidad de sobrevivir.


John Steinbeck, Los vagabundos de las cosecha; fotos de Dorotea Lange y prólogo de Eduardo Jordá; Barcelona, Libros del Asteroide, 2007 (4ª ed., 2011).

3 comentarios:

  1. Al vivir esa Gran Depresión, quedaría reflejada, indudablemente, a través de su pluma. Una buena entrada sobre Steinbeck que nos permite descubrir algunos aspectos desconocidos por nosotros.
    Mª Ángeles.

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  2. Literatura comprometida la de Steinbeck. Y crítica de altura en este blog. Muy interesante.

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  3. Buena recomendación, me ha encantado como has explicado este libro. Me ha dejado asombrado el contenido del libro y las experiencias que tienen que vivir.

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