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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Fleur Jaeggy


G
Grandeza humana
                  “Grandeza y bondad no son medios sino fines”
                                                         Samuel Coleridge



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El dedo en la boca



      Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940) es una de esas autoras de culto cuyas páginas, en su densidad más absoluta, interesan a unos selectos lectores porque con su prosa tienen garantizada la exquisitez de unos textos que gustan a reconocidos seguidores y a quienes disfrutan de la buena literatura. De escasa producción hasta el momento, quizá un tenue éxito y una mayor proyección le proporcionó, hace años en nuestro país, Los hermosos años del castigo (1991, reeditada en 2009), aunque previamente había publicado, El ángel de la guarda (1974, reeditada en 2010), y han seguido El temor del cielo (1998), Proleterka (2004), Vidas conjeturales (Alpha Decay, 2013) y ahora su primera novela, El dedo en la boca (Alpha Decay, 2014), publicada originariamente en 1968.


     El dedo en la boca es una novela breve, de carácter fragmentario, un texto esquemático que, de alguna manera, en sus cinco apartados o capítulos, alterna la voz a unos personajes que habitan un hospital, una clínica de reposo o, según se mire, un manicomio, ubicado en un idílico espacio del paisaje suizo que la narradora repetirá a lo largo de su obra posterior; o en una mejor apreciación, tal vez sus protagonistas sean seres encerrados antes que nada en sí mismos, y que supeditan su mensaje a una yuxtaposición inquietante de monólogos, y apenas nos dejan ver cuánto hay de verdad tras ellos. Unos personajes que desgranan un conjunto de palabras, como ocurre con Lung, la protagonista, o Jochim y Marween, pero cuyas conexiones argumentales y lógicas no son tales, como tantas veces ocurre en la vida misma. El estilo empleado en este breve texto es de una concisión y sequedad asombrosas, nada sobra y la temática que va fluyendo por la boca de unos personajes, casi sombras de la propia historia, se diluye y oscila de uno a otro, sin que la narradora intensifique su significado, sin resolver cuestiones de importancia, así que finalmente la historia se mueve entre lo convencional de todo un proceso textual que explora casi todas las posibilidades del lenguaje. Eso sí, apunta a ese mundo de extraños, absurdos lugares recreados por los grandes autores de la vanguardia narrativa de mitad del siglo XX y que jóvenes, como Jaeggy, llevaron a cabo en posteriores propuestas, una auténtica experimentación más allá de la historia, convirtiendo su literatura en esa revelación que se le presupone a un texto sin concesión alguna, de manera que lector sobreentiende que la escritura y su forma están al servicio de aquello que se cuenta, y en el caso de El dedo en la boca se explora desde una mente enferma porque el sentido de la razón desemboca en un auténtico delirio, cuyo significado se ejemplifica en esa manía de meterse el dedo en la boca, un gesto de lo más humano, casi infantil, que convierte todo en pura anormalidad, como el mundo de los niños donde todo es posible, y todo esta relativamente permitido. 












EL DEDO EN LA BOCA
Fleur Jaeggy
Barcelona, Alpha Decay, 2014


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