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domingo, 19 de julio de 2015

Hoy tomo café con…



Alfonso Armada

   “Lo que quedaba pendiente era la vida de la gente de Sarajevo, la vida que había quedado en suspenso, y por lo tanto el relato de los días, la continuidad del absurdo, del sufrimiento, de la vida, de la falta de atención”.



     Alfonso Armada (Vigo, 1958) estaba, "por accidente", en la sección de Internacional de El País cuando le propusieron ir a Bosnia. "Nunca antes había pensado escribir sobre la guerra", cuenta. Después Armada recaló en África, en países como Ruanda, Zaire, Somalia o Sudán. Ahora escribe en ABC y dirige la revista FronteraD. Ha publicado, Diccionario de Nueva York (2010), Mar Atlántico. Diario de una travesía (2012) y Fracaso de Tánger (2013). Veinte años después del que fue su primer conflicto-"la guerra en la que toda una generación de corresponsales se formó"-publica, Sarajevo (Malpaso, 1015), un libro que recupera algunas crónicas de entonces acompañadas de los diarios íntimos del autor.


¿Existe una clara necesidad de dar a la imprenta un libro como Sarajevo (Malpaso, 2015)?
        Cómo responder que sí si hace más de veinte años que se publicaron estas crónicas y se escribieron estos diarios íntimos? En la necesidad se pueden ver razones íntimas y razones sociales, razones literarias y razones políticas. Tenía necesidad de publicar este libro, aunque no sé muy bien por qué dejé pasar tanto tiempo. Acerca de la necesidad literaria, política, social... tengo mis ideas al respecto, pero creo que no soy yo quien debe decirlo.


Europa, según Vd., ¿sigue mostrándose como esa hermana cruel con algunos de esos países más desfavorecidos?
        Europa es un ente difícil de encarnar, aunque los griegos clásicos lo hicieron para que Zeus transmutado en toro la pudiera raptar. Europa ha sido muchas cosas, algunas extraordinarias, otras no tanto. Cuando voces europeas proponen hundir los barcos para que los inmigrantes no se ahoguen en sus aguas jurisdiccionales esgrimen esa peregrina idea bajo el pretexto de acabar con las mafias que se aprovechan del sufrimiento de la gente, de los inmigrantes. Pero denota una hipocresía inadmisible. Exigimos muchas cosas de Europa, y la menospreciamos cuando no se parece a la Europa que soñamos, o a la que muchos aspiramos. Y sin embargo ha conseguido que enemigos acérrimos, que se han matado a conciencia, lleven años colaborando, votando leyes juntos, conviviendo. Ojalá hubiera más voces (desde arriba y desde abajo) luchando por una Europa más inclusiva, más generosa, más creativa, más útil, y que estuviera dispuesta a ceder cuotas de soberanía, conciencia nacional, identidad. Claro que las burocracias también generan monstruos amparadas en las mejores intenciones.

¿En qué ha cambiado su actitud con respecto al conflicto bosnio, casi veinticinco años después?
        Creo que a grandes rasgos no ha cambiado. Me parece que en general no nos equivocamos en la lectura que hicimos del mal en aquellos años, y de la actitud cobarde y cicatera de Europa y de la ONU. Se tardó tanto en intervenir que la violencia y la limpieza étnica consiguieron sus objetivos, y el país que surgió de la guerra y de la injusticia es uno imposible y desgarrado, y muchos musulmanes bosnios, que eran en su mayoría cosmopolitas y no tenían conciencia nacional y mucho menos se definían a través de la fe religiosa, ahora, con la ayuda de capital saudí y de los emiratos árabes, han desarrollado raíces fundamentalistas, y al parecer no pocos han ido a combatir en Siria en las filas del Estado Islámico.

Lo de ese “Diario de la guerra” paralelo a las crónicas, ¿fue una forma de autentificar/ cuantificar su estancia allí?
        No lo había pensado bajo esa óptica. Se escriben diarios por muchas razones. En mi caso, una de ellas es para ralentizar el paso del tiempo, para que la vida no sea una raya en el agua. También es una forma de rezar, pero no con las manos juntas.

Cuando uno lee, Sarajevo, desde un principio a fin, siente el horror y esa herida que aun no ha cicatrizado, ¿es este su otro su propósito con respecto a los lectores?
        Quería lo que más tarde he sabido que fue el objetivo de casi toda la obra y de toda la vida de la filósofa francesa Simone Weil: tratar de que el lector se ponga en el lugar del otro. Compartir parte del dolor de los demás, escuchar a las víctimas. Que sus historias no se perdieran para siempre.

Los nombres propios se suceden en sus crónicas, ¿obedece a una técnica o tal vez a sacar del anonimato a centenares y miles de personas que sufrían los horrores en aquellos momentos?
        Creo que el valor de la crónica es poner rostros a los números. Es la mejor forma de que el lector se ponga en el lugar del otro. Las cifras son abstractas. Los nombres son el principio de una biografía, el valor de cada vida es incalculable. Cada vida es sagrada. Por eso merecen nuestra atención, y más cuando están sometidas a un cerco implacable, cuando los justos están siendo asesinados.


Existe, sin duda, una cierta animadversión hacia el medio que escribía, El País, ¿ya se le ha pasado el cabreo de entonces?
        No lo formularía en esos términos. Me siento muy agradecido a ese diario, donde tuve la suerte de compartir pupitre con grandes periodistas, de los que aprendí buena parte de lo que sé del oficio. Además, me permitió viajar a muchos lugares, cubrir guerras, conocer a gente admirable. En la cobertura, en el día a día, hay amarguras, desencuentros. El enviado especial que se juega la vida cree que lo suyo es lo más importante, y se desespera cuando su voz no encuentra acogida en la redacción. Pero forma parte de la dialéctica entre lo importante y lo interesante, y la lucha por el espacio, un clásico en los periódicos que ha entrado en una nueva fase gracias a internet, aunque demasiados redactores jefes que siguen trabajando en medios de comunicación parecen los peores enemigos de las palabras, sobre todo cuando repiten como una letanía “la gente no lee”. Deberían probar en otro bazar.

¿Qué lo mantenía allí pese a las dificultades que encontraba desde Madrid, y concretamente de su periódico?
        Como acabo de responder, las dificultades y desencuentros fueron breves y pasajeros, había que seguir contando lo que pasaba, y gracias a la perseverancia (otros lo llamarían terquedad) se consiguen muchas cosas. Me mantenía mi propia curiosidad, mi deseo de estar allí, de contar lo que veía, de vivir intensamente.

Y el miedo, ¿cómo se supera?
Escribiendo. Es lo que le daba sentido a estar allí: escuchar, ver, tratar de entender, contar. El miedo te ayuda a no descuidarte. Te acabas olvidando cuando te dedicas a tratar de pensar todo el tiempo en la mejor manera de contar lo que experimentas. Y luego, por la noche, en el hotel, al escribir los diarios, ocurría algo parecido. Preferí no bajar al sótano, a la discoteca del hotel, para que quedara en reserva, como una habitación del pánico, cuando no me quedara más remedio.

Viajó hasta tres veces a Sarajevo y al conflicto bosnio, ¿siempre dejaba algo pendiente para volver?
        Lo que quedaba pendiente era la vida de la gente de Sarajevo, la vida que había quedado en suspenso, y por lo tanto el relato de los días, la continuidad del absurdo, del sufrimiento, de la vida, de la falta de atención. No olvidemos, como dice Wislawa Szymborska, que cada día cuenta con “sus buenas 24 horas./ 1.440 minutos de ocasiones./ 86.400 segundos que mirar”.

¿Qué le debemos los lectores a un fotógrafo como Gervasio Sánchez?
        El valor de la constancia, de no desistir, de regresar una y otra vez al lugar del crimen, pero sobre todo el mantener el pulso de las historias. Lo usual es que entremos como un vendaval en la vida de la gente, le arrebatemos unas palabras, contemos su peripecia, su momento, su historia, con mayor o menor precisión, con mayor o menor talento, pero después seguimos con nuestras vidas, asomados a otros asuntos, porque el espectáculo debe continuar, como nuestras vidas. Gervasio ha convertido sus historias en su forma de estar en el mundo, y en ese sentido sus proyectos sobre los desaparecidos o sobre vidas minadas son ejemplares. Ha seguido pegado durante años a las vidas de la gente para contar lo que no se suele contar. Las posguerras son muy largas, y atesoran demasiado olvido. Él mantiene su compromiso contra viento y marea. No le gusta hablar del coste anímico, lo asume como su parte alícuota. Suele decir que iría al fin del mundo conmigo. Yo también con él. Además, sigo sin saber conducir.

Háblenos del periodismo de entonces, y del periodismo de hoy, o ¿qué considera Vd. la esencia del periodismo?
        Es una pregunta demasiado grande para poder responder sin caer en un lugar común o en una estupidez. Pero se puede decir que había grandes periodistas entonces como los hay ahora. Quizás ahora prestemos menos atención a los grandes conflictos internacionales, las coberturas son más superficiales, más esporádicas, y a menudo se hacen recurriendo a freelances a los que se les paga tarde y mal pese a que se arriesgan de lo lindo. Es curioso, es más fácil transmitir fotos y textos, vídeos y palabras, hay posibilidades de conectarse a internet desde casi cualquier lugar, y sin embargo me da la sensación de que la gente no está mejor informada. No me resisto a citar a mi admirado Julio Villanueva Chang, editor de la estupenda revista peruana Etiqueta Negra, que a su vez cita a Walter Benjamin: “En tiempos de Twitter, YouTube y Facebook, en la era de Wikileaks, en que el acceso a tanta información aturde y corre el riesgo de convertirse en una moderna forma de ignorancia, vale recordar lo que en la primera mitad del siglo pasado nos anticipaba Walter Benjamin: ‘Cada mañana se nos informa sobre las novedades de toda la Tierra. Y sin embargo somos notablemente pobres en historias extraordinarias (…). Ya casi nada de lo que acaece conviene a la narración sino que todo es propio de una información. Saturados de información, los hombres han ido perdiendo la capacidad de comprender’”. La esencia del periodismo es para mí el reportaje de largo aliento, que trata de contar el mundo con toda la riqueza que la literatura y la observación proporcionan, la escucha atenta, la verificación de cada dato, que trata denodadamente de ayudar a ponerse en el lugar del otro, que busca la forma mejor de contar para entender y de entender para poder contar. Y sin dejar jamás de lado el pacto sagrado con el lector: que todo lo que le voy a contar es verdad, no me lo he inventado, no lo he edulcorado o retocado. Para eso, el trabajo de un fotógrafo y un plumilla me parece una fórmula tan clásica como inagotable. Como solía aconsejar a los alumnos del Máster de ABC, que dirigí durante seis maravillosos años, conviene leer apasionadamente Elogiemos ahora a hombres famosos, de Walker Evans y James Agee, y aprender.

La imagen de Sontag y Goytisolo en el mundo, ¿marketing o más conciencia social?
        ¿Dónde está la mercadotecnia? ¿En jugarse la vida? Tenían su vida hecha, su obra prácticamente construida, y fueron allí a jugarse la vida para contarlo, para compartir con los ciudadanos de Sarajevo los horrores del cerco. Les admiraba antes de conocerlos, les cogí cariño en Sarajevo.

¿Cree Vd., que la guerra de Bosnia-Herzegovina ha estado bien contada periodísticamente hablando?
        Lo suele decir Gervasio Sánchez, y estoy de acuerdo. Allí se formó una generación de reporteros españoles, y sí, creo que ha sido una de las guerras mejor contadas de nuestra vida.

Una última pregunta, ¿Y… después de Sarajevo qué?
        Después de Sarajevo pensé que estaba vacunado contra el espanto, y llegué a Kigali, la capital de Ruanda, siete días después de que arrancara el genocidio, y me di cuenta de que no era así. De que nada te prepara para eso. Estuve cinco años cubriendo África para El País. De esa experiencia surgieron los Cuadernos africanos. El esquema, la idea, la estructura, es el mismo que el de Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia, la doble mirada, las crónicas para el periódico intercaladas con las anotaciones de un diario íntimo. Pero a pesar de haber sido escrito antes de descubrir África, Sarajevo, por un extraño guiño de la voluntad o del destino, por una extraña carambola del deseo y la casualidad, no ha visto la luz en forma de libro hasta ahora, cuando se cumplen veinte años del final de la guerra. Del final de la guerra que dicen los libros de historia, no de las heridas que siguen abiertas en Bosnia.



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