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jueves, 24 de diciembre de 2015

Jorge Semprún



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VEINTE AÑOS Y UN DÍA



     Una maldición se extiende, veinte años después, sobre el crimen que los braceros y jornaleros de la finca, La Maestranza, llevaron a cabo en la figura del joven José María Avendaño, uno de los dueños del lugar. Y, un día de 18 de julio de 1956, como en años anteriores se le exige a esos mismos hombres, una vez más, que revivan y representen en forma de ceremonia el asesinato como si de un acontecimiento vivo y recurrente se tratara. La Guerra Civil y la derrota, los crímenes y las atrocidades del pasado, son el punto de partida de la nueva novela de Jorge Semprún (Madrid, 1923) que titula Veinte años y un día (2003). En realidad, una historia de muerte y de sangre que persiste, en una larga postguerra, guardada en la memoria de sus descendientes y de quienes vivieron el trágico episodio. Será un nuevo encuentro o, tal vez, una reconciliación cuando se celebre, por última vez, el ritual de una muerte y todo acabe con el entierro conjunto de la víctima, el señorito Avendaño, y del verdugo, Chema Pardo el Refilón, que llevó a cabo la atrocidad. Pero en esta ocasión los testigos que se unen al espectáculo serán personajes tan dispares como Michael Leidson, un historiador americano amigo de Hemingway y Domingo Dominguín o el comisario Sabuesa que llega a la finca tras la pista de Federico Sánchez, un subversivo comunista que preconiza esa reconciliación nacional desde la clandestinidad y de unos movimientos intelectuales y universitarios.
     Semprún fracciona su relato con abundantes datos sobre el pasado y el presente de la familia y de su entorno. Así se irán mezclando y confundiendo en las páginas de la novela  nombres reales con otros de ficción: Múgica Herzog, López Pacheco, Javier Pradera, Sánchez Ferlosio, Sánchez Dragó o Ridruejo, Alberti, La Pasionaria, Carrillo, Zambrano; junto al testimonio creíble y veraz que otorga la Satur, la criada de toda la vida, que realizará una exposición lineal, al hilo de la historias particulares de algunos de los personajes, como la del  Avendaño asesinado, sus juveniles correrías parisinas con  sus hermanos o el viaje de bodas y los devaneos sexuales a que se ve incitado por su propia mujer, sobre todo tras la contemplación del cuadro de «Judit y Holofernes», pintado por la italiana Artemisa Gentileschi. Subrayar la no menos histriónica presencia de José Manuel, el hermano mayor, que le exigirá a su cuñada viuda el derecho de pernada durante los años posteriores o el incesto de los gemelos nacidos poco después de la terrible muerte en la finca y que acabarán, cuando se conocen muchos de los datos de la historia familiar, en un suicidio que convierte a la novela en la inequivocable muestra de esa tesis por la que aboga el novelista: la autodestrucción de unos vencedores que no consiguieron superar sus propias angustias. Otras lecturas se suman a esta excelente novela de Jorge Semprún: su inequívoco ajuste de cuentas a un partido como el PCE que, en la figura de Federico Sánchez, ha multiplicado su presencia en la realidad española de los últimos años y en la ficción del novelista. 












VEINTE AÑOS Y UN DÍA
Jorge Semprún
Tusquets, Barcelona, 2003

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